sábado, 29 de septiembre de 2012

La parábola de las chirimoyas


Ernesto Gandía abrió una frutería un buen lunes, no importa cuando. Tenía que ganarse el jornal, como toda persona para vivir, y abrir un negocio en el barrio que le vio crecer no le pareció mala idea. Ser autónomo, vaya. Comenzó a vender frutas, de temporada: encargaba a tal y cual proveedor, aunque también vendía algunas naranjas recogidas de la parcela heredada de su padre. Pormenores del negocio que no interesan al lector. Digamos que la frutería era normal.
Un buen día, la chirimoya llegó a consumirse de forma amplia, y era muy demandada. En un golpe magistral, Ernesto compró mil kilos de chirimoyas, endeudándose. No obstante, pensaba enriquecerse en breve con ellas. Las chirimoyas se pudrieron, no habiendo carro de la compra que soportase semejante volumen de la fruta sudamericana. Ernesto se arruinó y tuvo que responder con su patrimonio de las facturas. Si llegaba a reabrir, se lo pensaría bien antes de aventurarse con esas frutas. Esto sirvió de aviso a don Cosme, que tenía una frutería dos calles más abajo, y siguió ofreciendo a los clientes calidad y seguridad en vez de una loca empresa temporal.
Es una auténtica lástima que Ernesto no fuese banquero. Si fuese banquero, no habría quebrado. Las chirimoyas serían activos tóxicos y recapitalizarían su frutería. A lo mejor tendría que dimitir, pero ¡que mas daba! Su brillante gestión al frente de la frutería le había hecho merecedor de una pensión de varios millones de euros.
Es muy triste la situación actual de los bancos y cajas de ahorro españolas. Ayer se conocía al fin el informe de Oliver Wyman sobre el estado del sistema financiero español: necesita 59.300 millones de euros. Con el programa de fusiones en marcha, esta cifra se reducía a 53.745 millones de euros, que aun así sigue siendo una auténtica burrada, permítaseme la expresión. Hoy, además, se sabe que el 90´5 del PIB va destinado a pagar deuda soberana, es decir, la suma de la deuda pública y privada. El sistema bancario español (no olvidemos que gran parte de esa deuda soberana es debida a la mala situación de bancos y cajas) está resultando ser un enorme agujero negro.
La economía no es mi fuerte, aunque viendo los agoreros que pululan por diarios y programas de debates, parece ser que nadie es perito en el tema. Sin embargo, me llega una duda a la cabeza: ¿Qué mensaje estamos dando? No los españoles, ni los alemanes, ni el BCE, ni el FROB ni la Troika, sino el ser humano en general.
Desde pequeñito, vienen inculcándote los valores del esfuerzo y la constancia, de asumir culpas y errores. Constantemente, en el colegio, el instituto, la facultad (ahora con Bolonia los profesores parecen a veces madres) dicen que te esfuerces, que así llegarás a ser algo en la vida. Que merece la pena estudiar todos los días, o estudiar un idioma, para luego tener un buen trabajo (o tener trabajo directamente, en vista de la situación del paro juvenil, otro drama). Que la equivocación acarrea unas consecuencias, como suspender un examen, o que una persona ha de tratar de ser siempre innovadora y creativa para estar siempre sorprendiéndose a si mismo y a lo demás.
Ahora, sin embargo, ¿qué tenemos? Tenemos una serie de cajas y bancos que han estado dirigidas por unos tipos que han ido a por el pelotazo del ladrillo, todos como borregos a comprar casas y terrenos porque auguraban una revalorización constante (cosa bastante absurda). Desde luego, no han sido innovadores (¿invertir en I+D o nuevas tecnologías? ¿Qué eres, un progre?) ni esforzados o constantes, al ir siempre al pelotazo. Lo lógico, y no ya una lógica moral, sino capitalista, donde una empresa que deja de ser competitiva acaba quebrando, es que esos bancos hubiesen entrado en suspensión de pagos, el Banco de España rescatase (si, tampoco soy un neoliberal convencido) las cuentas de los clientes y que estos señores hubiesen ido al paro, respondiendo ellos de su desastrosa gestión con su patrimonio.
Los clientes habrían ingresado sus ahorros en otros bancos o cajas solventes, que para algo están haciendo bien las cosas, y no tendríamos que pagar este desperfecto. Porque, aparte del nefasto mensaje que están dando de que hagas lo que hagas estás salvado, mientras fruterías como las de don Cosme quiebran pese a hacer las cosas bien, parece ser que los bancos son capitalistas cuando solo a ellos les interesa.
No obstante, miremos esto por el lado bueno: aunque pobres, podemos sentirnos como ricos al decir que hemos invertido nuestro dinero en un banco. Puede que haya menos turrón en la casa de un funcionario estas navidades, pero podrá comprarse un monóculo de plástico y decir que es socio capitalista de Bankia.

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