La imagen de que un Estado es una casa es probablemente uno
de los argumentos más repetidos por la ultraderecha. En tu casa no dejas entrar a cualquiera es la letanía que repiten
día sí y día también en sus panfletos, discursos, blogs y cuentas de Twitter.
Es un argumento tan extremadamente simple que se cae por su propio peso en el
momento en que uno reflexiona un momento. Voy a pasar a desarrollarlo
brevemente.
Lo primero que hay que pensar es que es una pregunta trampa,
casi retórica, porque se responde sola: obviamente, no dejamos entrar a
cualquiera en nuestra casa. Por muy solidarios, multiculturales, socialdemócratas
y tolerantes que seamos (¡o a lo mejor hay gente excepcional que si lo hace!)
si se nos presentase Mamadou en nuestra puerta tras cruzar el Estrecho en una
patera y nos pidiese techo y tres comidas calientes diarias no se lo daríamos.
No es porque pensemos que el bueno que Mamadou no se las merece, sino porque
simplemente no ha surgido el vínculo afectivo necesario como para abrirle esta
delicada esfera que es la intimidad personal y familiar. Le ofreceríamos
comida, limosna o lo conduciríamos a un centro social, pero no lo invitaríamos
a pasar y a convivir con nosotros. Si conociésemos a Mamadou de antes, al ser
un amigo o compañero de trabajo, si le abriríamos la puerta (o no, cada cual
mantiene las relaciones sociales en el grado que ve conveniente).
¿Somos racistas por no ayudar a Mamadou dándole casa y
comida hasta que encuentre un trabajo? No, en absoluto. Simplemente hemos
actuado con lógica: mi propiedad y el fruto de mi trabajo lo administro como
vea conveniente.
El fallo del razonamiento de Le Pen, y la ultraderecha en
general, es que una casa no es un Estado completo, y comparar un zaguán con una
política fronteriza y migratoria es tan absurdo como comparar una bicicleta con
un submarino nuclear.
Además, podríamos ahondar más en el argumento de la señora
Le Pen: ¿tu casa? ¿Es Francia TU casa? Francia será la casa de todos los
franceses. Y aunque la ultraderecha suele siempre hablar de nacionales de pura cepa (raza, básicamente) dudo
mucho que todos los franceses autóctonos (blancos) piensen en expulsar a los
inmigrantes. En una casa, cuando dice la señora Le Pen, suele haber conflictos
por algo tan banal como una comida de domingo en la cual se ha invitado a uno
de los suegros/cuñados de uno de los cónyuges. No me gustaría pensar cómo va la
señora Le Pen a armonizar uno de los Estados más poblados de Europa.
Una casa, por otra parte, carece de estructura democrática: dudo mucho que en su casa tomen las decisiones de forma democrática. Suele haber cierto consenso, pero es una falsa democracia: si sus padres desean veranear en Cádiz y usted se encapricha con ir a Fuengirola, se irá a Cádiz. No me imagino una casa dirigida desde una asamblea, con turnos de preguntas, recursos, sistema constitucional o libertades individuales. Simplemente, como diría Scheler: una casa puede ser una comunidad; en una nación habrá una sociedad.
Una casa, por otra parte, carece de estructura democrática: dudo mucho que en su casa tomen las decisiones de forma democrática. Suele haber cierto consenso, pero es una falsa democracia: si sus padres desean veranear en Cádiz y usted se encapricha con ir a Fuengirola, se irá a Cádiz. No me imagino una casa dirigida desde una asamblea, con turnos de preguntas, recursos, sistema constitucional o libertades individuales. Simplemente, como diría Scheler: una casa puede ser una comunidad; en una nación habrá una sociedad.
Además, la expresión casa (entiendo que aquí la señora Le
Pen se refiere al hogar, ese lugar donde desarrollamos nuestra vida íntima
lejos de la mirada de los demás) y la ultraderecha hace que se me vengan a la
cabeza recuerdos orwellianos. ¿Tiene usted intimidad en su casa? ¿Acaso su
padre, madre o hermano no conocen hasta los últimos detalles de su vida (dónde
trabaja, qué piensa, cuáles son sus miedos, secretos, debilidades, etc)? ¿Cree
usted que toda Francia es una casa? ¿Y está dispuesto a que la señora Le Pen
sea una especie de mamá francesa? Le
Pen llevando Francia como si fuese una casa, controlando toda la intimidad
existente en cualquier hogar francés, suena totalitario.
Un Estado, insisto, no puede ser una casa. De hecho, como decía
Nietzsche: Estado
se llama al más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando
miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: “Yo el Estado, soy el
pueblo”.
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