domingo, 12 de enero de 2014

La no revolución del 15-M

El 15-M
Probablemente todos los lectores de este artículo haya vivido el 15-M, aunque fuese a un paso apresurado por la plaza donde los indignados se reunían en sus asambleas en aquel mayo del 2011.
El 15-M fue una eclosión de descontento en los últimos compases del gobierno de Zapatero y ante la cercanía de las elecciones municipales y autonómicas donde arrasó el Partido Popular. Sus gritos contra la casta, contra ser mercancía en manos de políticos y banqueros, el paro elevado y la desolación ante una crisis que ya en aquel entonces se nos hacía larga.
El peso del 15-M fue, en aquel momento, insuficiente para llevar a cabo sus objetivos políticos. No se cambió la ley electoral, no se nacionalizó la banca y no se subieron los impuestos a las clases altas. Ni siquiera se logró parar el bipartidismo, a pesar de, en las generales de 2011, la subida de grupos como IU o UPyD y la entrada de alternativas puramente indignadas como Equo al grupo mixto. Ese 15-M que pretendía aglutinar a todo el mundo quedó en un grito de desesperación, aplaudido, comentado y mediatizado, pero fútil.
Las comparaciones son odiosas
Las comparaciones son odiosas, desde luego, y eso le pasó al 15-M. Ya desde el primer momento se le trató de comparar con el Mayo del 68 francés, y más tarde con las revueltas árabes, demostrando que estas comparaciones eran fruto de periodistas ávidos de morbo, sin presentar apenas paralelismos con estos acontecimientos.
Para empezar, no consideraría, como si lo fue el Mayo francés o las revueltas árabes, un movimiento revolucionario. Las revoluciones pretenden cambiar los cimientos del Estado y de la sociedad, crear un sistema nuevo al anterior. Si olvidamos la retórica cuidada y los lemas de librepensadores, el programa del 15-M era el de una socialdemocracia clásica con algunas pinceladas de liberalismo: Sanidad y Educación públicas y asequibles a la mayoría de la población, banca y sectores estratégicos nacionalizados y aumento de impuestos a las clases altas para fomentar la redistribución.
En política, aparte de pedir la honestidad política, algo lógico no solo para el 15-M sino para todos los votantes e ideologías, la apertura de listas y mayor democracia interna en los partidos. Esta última reivindicación era una mera reivindicación de cumplir la propia Ley de Partidos. No es la construcción de una utopía ni el derrocamiento de un sistema dictatorial.
Las medidas socialdemócratas se acentuaron con la llegada del PP al Gobierno, un partido de corte liberal y de la casta, hasta el punto de olvidarse de sus pretensiones netamente políticas como las que explico en el párrafo anterior. La calma del electorado de derechas con la subida del PP al poder hizo que el 15-M se nutriese de muchos más componentes de la izquierda.
Los hijos del 15-M
El 15-M dio unos cuantos hijos, y sobre todo, una nueva forma de manifestarse. La PAH, las mareas (la verde, la blanca, la roja, etc), los yayoflautas… todos esos son sucesores del 15-M, tanto por la forma de manifestarse como por sus reivindicaciones.
Los indignados también han logrado cosas, como la apertura de Fiare, una cooperativa de crédito que pretende ser alternativa a la banca tradicional. 

La forma de manifestarse, alejada de las marchas y las concentraciones clásicas y acercándose al problema (sedes de Bankia, sedes de partidos políticos, paralizando desahucios etc) han logrado una gran visibilidad social que incluso la ultraderecha copia. La seriografía, eslóganes y espíritu de cabreo sigue presente. Un pequeño éxito que, sin embargo, no logra que, según El Diario.es  y El País el PP y el PSOE repunten en las encuestas.

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