lunes, 1 de octubre de 2012

Retrato de una sociedad

Siglo XXI. Año 2012. Un día cualquiera. España. La mañana del español medio viene marcada por los titulares de prensa, que religiosamente publican la noticia bomba de la jornada. Recorte de sueldo, escándalo de corrupción, referéndum independentista, y en el caso de que la noticia tarde tiempo en llegar, se recurre a la prima de riesgo, al viaje del presidente del gobierno a no sé dónde, y en última instancia a la tristeza de cierto jugador de fútbol. Curioso oiga, cómo nos distraen. Cómo nos manejan. Qué arte, esto es España. Mientras un canal de televisión emite la última matanza en Siria ( eso sí, sin imágenes desagradables, no vaya a traumatizar a alguien ), otro "informa" del día a día de una carismática figura de la vulgarmente llamada televisión basura. No se lo van a creer ustedes, cuál de los dos canales tiene más audiencia. No seamos hipócritas, uno no se puede quejar de la subida del IVA, soltar cuatro calificativos malsonantes al gobierno de turno y volver pronto a casita para seguir viendo la telenovela.
Y es que tengo que admitirlo. Tengo complejo de abuelo. Algunos dicen, que por fortuna, nunca viví los años 30. Dicen que no todo tiempo pasado fue mejor. A lo que yo respondo: "Depende". Tan sólo en el siglo pasado han ocurrido dos guerras mundiales, varios genocidios, dictaduras, varias crisis económicas e incluso una guerra civil en nuestra querida España.
No sé cómo lo han conseguido. Será por no haber vivido esos años pasados, pero me da la impresión de que a las personas de hoy en día nos falta algo, que nuestros antepasados más cercanos sí tenían.
Volviendo al ejemplo del siglo pasado. Echo de menos, esa valentía, inculcada o no, de los soldados que lucharon en Omaha para dar comienzo al final del tercer Reich. O esa fortaleza de los españoles empobrecidos, de familias mutiladas por una guerra civil, que aguantan cuarenta años de dictadura, para devolver en 1978 la ilusión a un pueblo que resurgiría de sus cenizas, para llegar a ser en menos de treinta años, la octava potencia económica. No entraré en detalles sobre si fuimos realmente una potencia o sólo un espejismo.
Hasta aquí he dicho, que no sé cómo lo han conseguido y que a mis dieciocho años tengo complejo de abuelo. A estas alturas pienso que no tiene solución. Se ha perdido todo. Mi fe en la política está prácticamente deshecha, pero más acabada está mi fe en una sociedad española, que sigue votando a los mismos partidos desde hace treinta o incluso más años. De una sociedad, que no es capaz de reinventarse. No es que no haya fondos, es que no hay huevos.
Una juventud despolitizada. Y es que votar a un determinado partido o estar afiliado no significa ser político.  Una persona política debe ser obligatoriamente alguien capaz de pensar más allá de qué ropa llevará al día siguiente. Dada mi juventud, me ilusioné con la primavera de 2011 en la que presenciamos el nacimiento del denominado 15-M. Intenté relacionarme con este grupo, ver sus ideas, y neciamente pensé que podía ser la solución, que no estaba sólo, la sociedad había despertado. Después de un año y pico, todo ha quedado en nada. No había pensamiento colectivo, cada uno buscaba una meta. A día de hoy, nadie puede decir el objetivo principal del 15-M, ya que abarcó a tanta gente, que no todos tenían la misma misión. Pero no sólo eso, me dí cuenta de que huyendo de los ideales de determinados individuos, me había topado con lo mismo, disfrazado en caras diferentes. Misma caspa, distinta cabeza.
El cambio del que hablo debe producirse en la mentalidad de todos los españoles, y si no es así...¿Qué nos queda? Sociedad sin sentimiento ni pensamiento. Juzguen ustedes mismos, o mejor, pongan el telediario de hoy.

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